Kieślowski es un director cuyas películas se cierran a toda interpretación unívoca. Es una invitación a abstraernos de querer comprender y entregarnos a una narrativa que, aunque deriva de las más clásicas, prepondera lo sensible y nos permite experimentar su cine. Siento que en esta película los colores cobran un protagonismo inigualable. Este director es famoso por hacer del color una función de sostén (su famosa trilogía), aunque aquí los tonos sepia abundan hasta inundarte los ojos. Esas mismas tonalidades cuentan una historia y dicen mucho más que los personajes, tan errantes y a la deriva buscando contacto. Creo que ese termina siendo el signo distintivo de Kieślowski: la movilización de lo más humano, la búsqueda de lo más primordial: el afecto