(...) La ambigûedad de la posición de Antonioni ante el mundo del cine no tiene nada que ver con la de los vendedores de humo: simplemente, sorprendido de que se puedan agitar tan febrilmente en medio de tantos falsos problemas, curioso como un niño ante un acuario, mira a la gente del cine con la altura de aquel que no ha aprendido a mentir, quizás un poco envidioso de lo que la estupidez y la vacuidad dejan como tiempo libre, todo ese tiempo que se puede emplear de otra manera, todo ese tiempo que él filma tal cual.
Louis Skorecki, Cahiers du cinéma, nº297
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