Estoy llorando, llorando ante una prisionera alemana que canta en un idioma desconocido una canción desconocida. Llorando ante ella, o con ella, pero llorando. Llorando ante un grupo de soldados que han pasado de ser una jauría de animales descontrolados y dominantes a un grupo de humanos debilitados, conscientes de que al frente suyo no está el enemigo, no está si no, una persona más, de, tal vez, mayor naturaleza humana que la de ellos. Una chica alemana canta y llora, un batallon canta y llora, a mí, no me queda más, que cantar y llorar.